Isabel Cebrià Zapata
La belleza se define como la propiedad de las cosas que hace amarlas, infundiendo en nosotros deleite espiritual. Y como esto es algo totalmente subjetivo, el concepto de belleza ha sufrido contantes cambios a lo largo de la historia. Cada época, cada sociedad y cada movimiento artístico creaba su propio estereotipo de lo que es una mujer bella, de lo que cualquier mujer debería querer ser.
La publicidad, como actividad comercial que es, busca hacer destacar un producto para incitar a su compra. Como diría Elmer Wheeler, la publicidad “dice las cosas con flores”. En otras palabras, envuelve el producto de cosas bellas para llamar la atención y, para ello, en muchas ocasiones acude al estereotipo de belleza femenina.
Si nos paramos a ver la historia de la publicidad veremos cómo esta nos muestra perfectamente la evolución de la concepción de la belleza femenina. El artículo de Yolanda Cabrera García-Ochoa muestra perfectamente esta evolución, que nos ha llevado “de las Venus rellenitas a las modelos escuálidas”. En este texto se muestra cómo en los medios de comunicación en general, y en la publicidad en particular, se detecta un constante flujo de imágenes y expresiones que obligan a la mujer a regirse por unos cánones de belleza que son restrictivos e incluso nocivos para su salud.
El uso de determinados estereotipos en la publicidad no está mal, siempre cuando se haga de una manera responsable y vinculada a aquello que se anuncia. Pero siempre hay casos negativos en los que se hace un uso irresponsable de las imágenes femeninas, incitando a las mujeres a malos hábitos alimentarios o denigrándolas como persona. Esta campaña de Miss Sixty, por ejemplo, usa unas modelos que promocionan la belleza basada en la delgadez, ocasionando problemas de autoestima en las mujeres.
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